Los entrenadores que ejercen la dirección técnica son, con frecuencia, responsables de un amplio grupo de personas, entre las que se encuentran los propios deportistas y otros miembros del equipo técnico, como otros entrenadores, el preparador físico, el equipo médico y, últimamente, también el psicólogo.

Hasta hace poco el entrenador venía siendo en cierto modo un gurú que disponía de soluciones para todo lo que podía ser necesario resolver en relación con el rendimiento deportivo de los deportistas y, en muchas ocasiones, también en aspectos de su vida personal. El entrenador ha sido preparador físico, psicólogo, médico, padre y consejero, todo en uno. Así, la estrecha relación que ha unido a deportistas y entrenadores ha dado lugar a firmes lazos de confianza mutua que han conducido al éxito muchos proyectos. Al mismo tiempo, otros entrenadores con menos conocimientos, más limitaciones o menos habilidad para establecer el tipo de relación mencionada no han conseguido encauzar adecuadamente sus proyectos en solitario y, más tarde, han recurrido al concurso de otros profesionales: primero médicos, luego preparadores físicos y más tarde psicólogos, entre otros.

Siguiendo estos argumentos, podría dar la impresión de que cuando los entrenadores son más autosuficientes, con sus amplios conocimientos acerca de la preparación, su formación como entrenadores y su experiencia, tienen mayor garantía para la solución de todos, o casi todos, los asuntos relacionados con sus deportistas. Así, un entrenador con experiencia suele desarrollar habilidades psicológicas y estrategias para ayudar, impulsar el rendimiento psicológico de sus deportistas. Este entrenador comprende las situaciones por las que pasa el deportista y observa las posibles soluciones; además, tiene en su mano el poder para manipular poderosos instrumentos que van desde la conversación individual y la charla colectiva hasta la modificación estratégica de las cargas, horarios o pautas de entrenamiento físico o técnico.

La experiencia nos ha dicho que en el pensamiento profundo de muchos entrenadores descansa la idea de que si el entrenador requiere la ayuda de un psicólogo del deporte es debido a que algunos asuntos escapan a su control. En cierto modo, sería como reconocer la incapacidad del entrenador para llevar a cabo su cometido. Esto se basa en dos ideas erróneas:
- El entrenador tiene que saber de todo y puede solucionarlo todo.
- El psicólogo soluciona problemas cuando no queda otro remedio (igual que un bombero cuando acude a apagar un incendio)

Aquí viene la paradoja: cuanto menos sabe de psicología un entrenador y menos habilidades psicológicas tiene, está más convencido de que el psicólogo del deporte no le podría ayudar. Y también ocurre al contrario, que cuando un entrenador sabe más psicología mejor entiende la necesidad de estar bien asesorado en este aspecto por un psicólogo del deporte.

Es cierto que muchos psicólogos en el pasado se acercaron al mundo del deporte con modelos equivocados y sin mucho conocimiento acerca de las particularidades de las intervenciones en este contexto. Así, todavía hoy hay colegas que creen ser capaces de ayudar a cualquier deportista utilizando aproximaciones que quedan fuera de contexto y que pueden ser percibidas como una pérdida de tiempo por los entrenadores y los propios deportistas. Es sabido que el tiempo y la eficiencia son palabras clave en el mundo del deporte y que cualquier actividad que no ayude estará, probablemente, siendo un obstáculo.

Sin embargo, en la experiencia profesional hemos encontrado entrenadores con profundas lagunas en aspectos en los que el asesoramiento psicológico habría sido de mucha ayuda, pero que no consideraban la necesidad de ello. Al contrario, concebían la figura del psicólogo como un complemento para otros (deportistas, entrenadores en formación, etc.), pero no para sí mismos. El psicólogo en estos casos estaría para ayudar a conducir a los deportistas al terreno al que el entrenador no ha sido capaz de conducir.

Se entiende mejor con un ejemplo: una deficiente capacidad oratoria del entrenador da lugar a que los deportistas no comprendan suficientemente el mensaje y, por tanto, no ejecuten adecuadamente las acciones que él espera. Lejos de mejorar sus propias habilidades de comunicación, el entrenador suele pretender que el psicólogo mejore la motivación y la concentración del equipo cuando están completamente a la deriva. Para más ayuda, les grita sin autocontrol. Obviamente, el psicólogo puede hacer poco para mejorar el estado psicológico de los jugadores en esta situación y una intervención indirecta a través del entrenador, mejorando así la comprensión de los conceptos, favorecerá la motivación por unos mismos objetivos, la compenetración de los deportistas y una mejor disposición psicológica en general para el rendimiento.

Afortunadamente, también se pueden encontrar entrenadores hábiles que saben nutrirse de todo lo que pueden considerar favorable para sus objetivos. Con frecuencia son entrenadores que tienen una disposición más favorable hacia el conocimiento profundo de las ciencias del deporte, que comprenden que el conocimiento está en permanente crecimiento y siempre es posible mejorar un poco más si se dispone de más elementos de juicio. En este caso, se entiende que una sola persona no puede apresar todos los recursos útiles para los deportistas sino que un buen entrenador será probablemente quien sepa coordinar dichos recursos de la manera más inteligente para obtener los objetivos deseados. Estos entrenadores suelen tener muchas habilidades psicológicas para impulsar el trabajo colectivo y son capaces de transmitir la idea de que la unión hace la fuerza, por lo que son capaces de montar un equipo de trabajo multidisciplinar en el que todos los miembros del grupo suman algo.

Este es precisamente el otro punto de la paradoja, puesto que los entrenadores que más habilidades psicológicas tienen y saben más de psicología, mejor comprenden en qué medida es necesario el asesoramiento psicológico para potenciar la eficiencia de la preparación física, técnica y táctica, para la prevención de situaciones psicológicas de riesgo, tanto para el grupo como para algunos deportistas, y deje espacio para intervenciones de mejora de las habilidades mentales de forma individual.